Cuatro nubes
en cada esquina polar
intentando derrumbar el monumento
con un hilo
de Ariadna
se proyectan sobre el suelo las sombras
de inacabada existencia
la incertidumbre
del despojo
la caída
un beso de plomo
una llama opaca
un absorvo de luz,
atravesando el umbral de la partida
acariciando finamente
la piel descarcarada
luego, como la fuente vecina
ocupaba yo el lugar del enfermo
y rebuscaba
entre los cuerpos aglutinados
un espacio para mí
y un colchón para alguien imposible
y comienza a llover
una lluvia ácida
distante en algún sentido
posiblemente derrumbada,
como una placa de cobre
moja mis pies
y moja los puentes del centro,
ya parece una melancolía
un ayer,
un oscuro epígrafe del deseo
y aletea sobre mi espalda
con disfraz de mujer
el agua es un símbolo capaz de herirme
el rostro tenue y quebrado del silencio,
es tan liviano a su vez,
tan cotideano,
es como un sutil anzuelo
deseable, profundamente deseable,
fino y maligno,
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