
Soy agua, ojo de mercurio, sangre fluvial por los paredones de Santiago. Muros de hambre, nacimientos permanentes, agua que cae de la fuente al ojo, agua derramada desde un cáliz maternal llamado centro.
La espalda del ángel era fornida y de grandes alas,
pesadas,
fue la primera impresión,
luego su cabeza derrotada,
sobre ella irrumpía un cielo azul intenso,
miraba aquel cuerpo humano
inerte sobre el pavimento.
Las alas del ángel no pronunciaron una sola palabra,
estaban mudas
y su peso viril
se desplomaba opaco sobre su lomo
como petrólelo que mancha
los cuerpos aún en vida.
Su utilidad no era real,
era más bien una cruz.
Y TODO EL CIELO PESABA,
TODO EL CIELO PESABA SOBRE NUESTRAS CABEZAS.